Es curioso, su amiga Esther me dijo que el día de su entierro el cielo estaba más bonito que nunca, lleno de colores y contrastes... Yo, he de confesar, que no me di cuenta, pues mis ojos no se alzaron demasiado del suelo... Desde entonces el cielo nos ha regalado una primavera que ya dábamos este año por ausente, con inesperadas lluvias que han recuperado colores en el cielo y en la tierra que con tanta sequía y tanto encierro opositor solo recordaba difusamente y que llegan a emocionarme.
Al igual que a María, a mí me gustan los días lluviosos. Quizás sea una afirmación temeraria cuando se es escalador, pero al igual que antes que el huevo fue la gallina, antes que escalador fui y soy amante de la naturaleza y la lluvia no es más ni menos que la sangre de la vida.
Existe una casa dentro del término municipal de Valdemanco, pero pegada a Cabanillas de la Sierra, que pudo ser mía. Esa casa, de una planta, tiene un porche de madera donde María y yo imaginábamos pasar los días de lluvia, sentados plácidamente y bien abrigados con una mantita mientras Lola, el tercer y cuadrúpedo miembro de la familia, se esforzaba por hacerse un hueco entre los dos. Esa visión era nuestro nirvana, nuestro sueño, el paraíso. Pocos sueños se materializan en realidades y este, como casi todos los que compartimos María y yo, no fue la excepción.
jueves, 22 de mayo de 2008
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